miércoles, 29 de abril de 2020

1BR

COMMUNITY HORROR

Para abrir el blog, o para abrirlo con reseña, he escogido una peli de prácticamente visionado inmediato, de las que me acompañan hasta altas horas de la madrugada durante la cuarentena coronavírica. 1BR me la perdí en algún que otro festival de cine y no parece que vaya a tener ningún tipo de distribución en España, lo que la etiquetaba con ese estatus de película maldita personal que tanto me atrae y genera más ganas y razones en mi para verla.

Escribía hace unas semanas en la revista Scifiworld sobre una de las mejores cintas estrenadas en formato doméstico durante el encierro, Vivarium. Una sorprendente y grata película que narraba en clave pesadillesca el horror de vivir en un suburbio americano/urbanización. Vale la crítica estaba bien, o medio bien, pero terminaba aquel escrito pidiendo una especie de “spin-off” satirizando el estilo de vida en otros emplazamientos, como por ejemplo las comunidades que viven acinadas en pisos. Aunque no es al cien por cien así, podría decirse que 1BR escuchó mis plegarias y aunque la peli es una cadena de acontecimientos dispares, podría decirse que de una forma u otra es considerablemente una crítica al falso hermanamiento vecinal.

Sarah, una guapa modernita interpretada por Nicole Brydon Bloom, deja atrás su vida con padre hijueputa incluido y se muda a LA a vivir el sueño americano trabajar en un buffet de abogados. Se instala en un apartamento cerca de Hollywood y rápidamente es bienvenida de forma espeluznantemente simpáctica por la troupe que allí reside. Ruidos extraños por las noches, amenazas en cartitas por debajo de la puerta (insti style)… Aunque claro, lo peor está por llegar y cuando los miembros de la comunidad se desenmascaran Sarah deberá luchar por mantener la cordura o vivir para siempre en un infierno existencial.


Ese infierno existencial es el que digo se asemeja al universo Vivarium y le da todo el sentido a la película de David Marmor, del que anteriormente solo me constan cortometrajes y trabajos televisivos. Hasta que esto se desenmascara, estamos ante una montaña rusa de grandes proporciones donde vamos pasando por varias etapas de raíles, véase; de thriller a suspense atmosférico y de terror puro y duro (casi rozando el torture-porn) a drama de co-existencia humana. No tiene un esquema habitual que digamos, pero se las apaña para que cada fase tenga el interés necesario para llegar hasta el sumun de la historia, en la que la protagonista es integrada en esa micro-sociedad de psicópatas.
Eso sí, la ubicación es encantadora, típica comunidad de pisos de LA con piscina zarrapastrosa, barbacoas insalubres los domingos y donde todo el mundo se esfuerza por llevarse jodidamente bien pese a no aguantarse o no tener nada que ver los unos con los otros.

Odio ese rollo del kumbaya.

Sin duda, no es un terror al uso, ya no solo por su contenido, sino por la extrema crítica demoledora que, sin necesidad de metáforas estúpidas se las arregla para dejar claro un mensaje que deja poco espacio a las interpretaciones filosóficas o hípsters. “Da igual donde y como vivas, tus vecinos van a ser siempre unos hijos de puta”.

Una sorprendente propuesta que desde este prestigioso medio recomiendo, sobre todo a tías que vivan solas y con un puto gato.


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