lunes, 4 de mayo de 2020

Aquaslash

o la divertida masacre de Wet Valley

¿Pensabais que este blog nació únicamente como resultado de una cuarentena por pandemia y el aburrimiento generalizado que esto conlleva y que solo iba a subir dos o tres post? Pues pensabais bien, pero por ahora continúa la actividad y la idea es que lo siga haciendo hasta que deje de respirar. Veremos.

Hoy os traigo diversión. Pero de la buena. De la de “joder que guapada” o de la de “me la suda haberme tragado cincuenta minutos de adolescentes haciendo de las suyas”. Este retro-slasher ochentero canadiense venía haciendo bastante ruido, no por su premisa ni el retorno al concepto de ser el enésimo y definitivo slasher sangriento, sino porque trae bajo el brazo un puñado ofensivo de críticas positivas para el tipo de producto con el que nos estamos moviendo. Podía llegar hasta oler a chamusquina, pero no.

La película estaba seleccionada en el BIFFF (Bruselas International Fantastic Film Festival) uno de los festis más tochos de cine de género a nivel europeo. Pero tanto este como la previsible y prometedora distribución que iba a llevar la cinta se ha visto truncada por un patógeno de origen asiático y desconocido hasta ahora. Como tantas otras cosas.

La peli de Renaud Gauthier tiene de todo para el ocio; un parque de atracciones acuático, una antigua leyenda sobre unos asesinatos que cometió nosequien hace nosecuanto (¿a quién le importa?), un buen puñado de ineptos, jovencitas legales en bikini, rock, alcohol y drogas. El fin de semana perfecto.

Los ingredientes están ahí, pero una vez vista deja al descubierto un esquema atípico en una producción tal, pero que aun así funciona. Se podría definir Aquaslash como un slasher de autor, algo que por descabellado que parezca, ya lo habíamos visto hace algún lustro con resultados positivos, All the Boys Love Mandy Lane (2006) de Jonathan Levine, es el ejemplo perfecto.
Inicia ejecutando el primer mandamiento de todo bodycount, un asesinato erótico festivo en el prólogo para abrir apetito. Después y pese a su breve duración de 72 minutos, tarda en arrancar hasta que se desata la masacre, que solo es una durante la cinta, pero menuda masacre. Una fantasía ultragore en un tobogán de agua que sólo ha podido salir de una mente que disfruta al máximo hasta una visita guiada al Tibidabo. Hasta ahí, parece un piloto de una serie teen americana (hay que recordar que la película es gabacha canadiense) con idas y venidas amorosas y conflictos paterno-filiales sacados de la manga que no se cree ni el perro del guionista. Pero es igual, todo es divertido hasta la saciedad, incluso sin violencia.

Una de las constantes vitales de Aquaslash es su dirección de fotografía, una vez más en comparativa con Mandy Lane, parece estar en un atardecer ininterrumpido que ayuda a crear ese halo ochentero (aunque los acontecimientos se desarrollan en 2018) y estético al mismo tiempo.
Lo dicho, hasta la masacre final habrá mucha audiencia que se pregunte que cojones está viendo, sobre todo los parroquianos más puristas del slasher, pero en conjunto y de forma extraña, funciona más incluso que otras películas con las que comparte ubicación como Piranha 3DD (2012) de John Gulager o la alemana Swimming Pool (2001) de Boris von Sychowski.

Con una peli así por día, firmo una cuarentena al año.



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