o la divertida masacre de Wet Valley
¿Pensabais que este blog nació únicamente como resultado de
una cuarentena por pandemia y el aburrimiento generalizado que esto conlleva y
que solo iba a subir dos o tres post? Pues pensabais bien, pero por ahora
continúa la actividad y la idea es que lo siga haciendo hasta que deje de
respirar. Veremos.
Hoy os traigo diversión. Pero de la buena. De la de “joder
que guapada” o de la de “me la suda haberme tragado cincuenta minutos de
adolescentes haciendo de las suyas”. Este retro-slasher ochentero
canadiense venía haciendo bastante ruido, no por su premisa ni el retorno al
concepto de ser el enésimo y definitivo slasher sangriento, sino porque
trae bajo el brazo un puñado ofensivo de críticas positivas para el tipo de
producto con el que nos estamos moviendo. Podía llegar hasta oler a
chamusquina, pero no.
La película estaba seleccionada en el BIFFF (Bruselas
International Fantastic Film Festival) uno de los festis más tochos de cine
de género a nivel europeo. Pero tanto este como la previsible y prometedora distribución
que iba a llevar la cinta se ha visto truncada por un patógeno de origen
asiático y desconocido hasta ahora. Como tantas otras cosas.
La peli de Renaud Gauthier tiene de todo para el ocio; un
parque de atracciones acuático, una antigua leyenda sobre unos asesinatos
que cometió nosequien hace nosecuanto (¿a quién le importa?), un buen puñado de
ineptos, jovencitas legales en bikini, rock, alcohol y drogas. El fin
de semana perfecto.
Los ingredientes están ahí, pero una vez vista deja al
descubierto un esquema atípico en una producción tal, pero que aun así funciona.
Se podría definir Aquaslash como un slasher de autor, algo que por
descabellado que parezca, ya lo habíamos visto hace algún lustro con resultados
positivos, All the Boys Love Mandy Lane (2006) de Jonathan Levine,
es el ejemplo perfecto.
Inicia ejecutando el primer mandamiento de todo bodycount,
un asesinato erótico festivo en el prólogo para abrir apetito. Después y pese a
su breve duración de 72 minutos, tarda en arrancar hasta que se desata la
masacre, que solo es una durante la cinta, pero menuda masacre. Una fantasía
ultragore en un tobogán de agua que sólo ha podido salir de una mente que
disfruta al máximo hasta una visita guiada al Tibidabo. Hasta ahí, parece un
piloto de una serie teen americana (hay que recordar que la película es gabacha
canadiense) con idas y venidas amorosas y conflictos paterno-filiales sacados
de la manga que no se cree ni el perro del guionista. Pero es igual, todo es
divertido hasta la saciedad, incluso sin violencia.
Una de las constantes vitales de Aquaslash es
su dirección de fotografía, una vez más en comparativa con Mandy Lane,
parece estar en un atardecer ininterrumpido que ayuda a crear ese halo
ochentero (aunque los acontecimientos se desarrollan en 2018) y estético al
mismo tiempo.
Lo dicho, hasta la masacre final habrá mucha audiencia
que se pregunte que cojones está viendo, sobre todo los parroquianos más
puristas del slasher, pero en conjunto y de forma extraña, funciona más
incluso que otras películas con las que comparte ubicación como Piranha
3DD (2012) de John Gulager o la alemana Swimming Pool
(2001) de Boris von Sychowski.
Con una peli así por día, firmo una cuarentena al año.
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